La noticia de hoy ha sido, sin duda, el vídeo que Pablo Alborán ha subido a sus redes sociales hablando sobre su orientación sexual. En este, el cantante explicaba a todos sus seguidores algo que, según sus propias palabras, muchos ya intuían. Aún así, y aunque el tema ha sido comentado en infinidad de ocasiones en medios de comunicación, redes sociales, o charlas entre amigos, el malagueño se ha visto “obligado” en cierto modo a abrirse en canal y explicarle a todo el mundo que es homosexual. 

La mayor parte de los mensajes que recibe tras esto son aplausos, enhorabuenas, ánimos y personas que, una detrás de otra, le recuerdan lo fuerte que es por contarlo. Y claro que lo es. Ha cogido todas las sensaciones y pensamientos que estoy segura que lleva años almacenando y lo ha escupido todo en un video que, también estoy muy segura de ello, le habrá costado subir. Efectivamente Pablo Alborán se ha desnudado hoy frente a muchas personas, y ha dejado que uno de los aspectos más íntimos de su vida sea conocido ahora por todos. Pero me he parado a pensar y yo me pregunto…¿Y a mí qué me importa, Pablo?

Sí, me lo he preguntado porque nunca he visto a ningún artista tener que grabar un vídeo contando que es heterosexual. Ni a un artista ni a ningún amigo, familiar, o conocido. Nunca he visto que nadie que sea heterosexual tenga que pasar por ciertas cosas que, las personas que se identifican con cualquier otra orientación sexual tienen que vivir. Y sí, digo más, porque la vida no llega solo hasta ser homosexual o heterosexual, hay todo un abanico de posibilidades que van más allá aunque a muchos y muchas les cueste admitirlo. 

Esta pregunta, este “¿y a mí qué me importa, Pablo?”, va mucho más allá de una crítica. Si alguien ha leído hasta aquí y sigue creyendo que estoy criticando sus actos, es que no ha entendido nada. Comprendo que ha querido sentirse un poquito más dueño de su vida contando esto, y que por extraño que parezca, ha sentido que al contárselo a todo el mundo podría tener un mayor control. Lo que me sigue costando asimilar es que realmente sea necesario que alguien, lo mismo me da si es artista, mi compañera de clase, el cajero del supermercado, o la señora con la que me cruzo cada mañana en el tren, tengan que “dar explicaciones” acerca de su orientación sexual. Creo que ese aspecto es algo muy personal en la vida de cada uno, y a nadie más que a uno mismo le acontece ese tema. A mí no me importa con quién te acuestes Pablo, no me importa a quién ames, porque eso es algo que no afectará mi forma de verte ni como músico ni como persona, y creo que no debería afectar la manera de pensar acerca de ti de nadie. 

Y claro, por supuesto que él es libre de contar lo que quiera. Cada uno es libre de decidir si quiere o no compartir con el resto por quién se siente atraído de la forma que sea; afectiva, sexual o psicológicamente, pero eso nunca cambiará mi percepción sobre una persona. Porque todos somos más que un cuerpo, somos más que un género, y, por supuesto, somos mucho más que una orientación sexual. Cada quien debe aprender a deconstruirse, a cuestionarse aquellas cosas que le han enseñado siempre. Por suerte, en mi entorno nunca nadie me ha enseñado a juzgar a otra persona por su género, raza, condición física o preferencia sexual, pero por desgracia en muchos otros casos sí, y aún circulan personas por el mundo que se creen con el derecho de señalar a otros por alguna de estas características, creyéndose superiores. El día de mañana criaré a mis hijos normalizando todas estas diferencias entre nosotros que nos hacen a cada uno tremendamente válido y libre de ser quien nos dé la gana de ser. Tan solo espero que en sus aulas, compartan pupitre con niñas, niños y niñes a quienes tampoco les importe un comino a quién ame Pablo Alborán.