Creo que todos pasamos por esos días en los que nos gustaría volver a la infancia, a esa época de instituto en la que lo único que te preocupaba era si el profesor te iba a preguntar la lección al día siguiente porque tú no habías estudiado. Lo mejor de esa etapa, sin duda, era la compañía.
No me gustaría que nadie lo malinterpretase, soy feliz y estoy super contenta de la gente con la que comparto la aventura de la universidad, y estoy tremendamente agradecida por que en mi camino se hayan cruzado personas tan estupendas como las que ahora tengo el placer de llamar amigos, pero no puedo evitar echar de menos aquellas reducidas clases de instituto en las que todos hablábamos con todos y nadie se sentía desplazado.
Está claro que hablo de mi caso personal, en el que la armonía y el buenrollismo en el aula era algo real, y precisamente por eso es algo que, al menos por mi parte, es normal extrañar. Dentro de nada, mas pronto que tarde, hará dos años que nos graduamos, y que cada uno escogió el camino de vida que a partir de ese momento quería tomar, pero eso no quita que, cada vez que les vea, no aparezca una sonrisa en mi cara y los recuerdos vuelvan a aflorar. Me encanta escuchar que les va bien, que les encanta su carrera, que las decisiones que toman son las adecuadas y que dan sus frutos, que van creciendo, y que la vida les está tendiendo la mano a pesar de las dificultades.
Puede que penséis que es una tontería, pero se me llena la boca hablando de ellos, y si entras en mi cuarto, podrás ver que entre las fotos de mi pared aparecen ellos por partida doble. Y es que no puedo disimular el orgullo que me da haber formado parte de ese grupo de personas, tan especiales por individual que formaron un grupo, sencillamente, formidable. Obviamente el colegio, sus valores y los profesores, también fueron una pieza clave, fundamental para que esto fuese así. Así que sí, deja de leer esto con el ceño fruncido y comprende que puede haber quienes recuerden su etapa del colegio con un buen sabor de boca.
¿Y por qué hoy hablo de ellos? No lo sé, ¿acaso debo escoger un día especial para recordar a esas personas que hicieron que lo que empezó como una tortura terminase como un sueño hecho realidad? Simplemente estoy aquí sentada, he levantado la cabeza, he visto su foto y los recuerdos me han invadido, la sonrisa se ha puesto en mi cara, y he decidido dedicarles una entrada en este blog, que, por el momento, es todo lo que puedo hacer, aunque estoy segura de que llegará el momento en el que el homenaje que les pueda dar sea el que merecen.
Voy a cerrar esta entrada rescatando una frase que aquel 8 de mayo, entre las paredes del colegio les leí: «Recordarles que cuando la vida les pueda, me den un grito al oído, y estaré ahí. Porque juntos, somos magia». Y chicos, solo deciros, que magia sigue siendo veros sonreír.