Elegir entre un blanco roto y un blanco hueso es un dilema, pero el dilema es cuando tienes que elegir entre ser el malo de la película para hacer un bien o el bueno y hacer un mal. Ver el engaño de una pareja, una falsa amistad, una deslealtad, un engaño… y aún así de todo eso surge el amor, la ilusión, una felicidad artificial…. ¿qué hacer? ¿Intervenir o dejar hacer?
Es un dilema, pero el «dilemón» es cuando tienes tantas buenas razones para hacer algo como para no hacerlo. Cuando tienes un dilema ya no se trata de qué quieres elegir, sino de qué prefieres perder. No es una elección, porque una elección es decidir entre dos cosas buenas, pero un dilema es cuando escoges entre dos malas. ¿Qué perder? De eso se trata un dilema, definir cuál es la pérdida más soportable.
Sabes que eres el malo de la película pero sabes también que tienes tus razones. Sabes que está mal hacerlo y tan mal no hacerlo. Ser o no ser el malo de la novela ha sido el dilema de todos alguna vez. Puede que sea un dilema menor al lado de otros pero elegir entre partirle el corazón a alguien para que no viva una mentira o dejarle vivir en su falsa felicidad no es un tema agradable. Es como llevar tacones aún sabiendo que te van a doler los pies, es un dilema, pero siempre acabamos haciendo lo contrario a lo que sentimos. A todas nos gustaría salir con sandalias, pero terminamos encima de unos tacones, aceptando ese dolor posterior, escogiéndolo, matándonos por ese dilema.
Nunca está claro quién es el malo de la película. Incluso el malo de la película tiene su propio dilema. Hace lo que hace porque tiene que elegir entre dos males. Somos confiados y damos oportunidades a la gente, porque en el fondo sabemos que todos tenemos dilemas. Incluso los malos de la película.